Si las miradas matasen…


… en los últimos meses habrían tenido que enterrarme tres veces, las mismas que el destino ha querido que me topase con una mujer con quien una vez tuve amistad y que ella decidió convertir en antipatía y aversión hacia mí, francas cuando nos cruzamos sin testigos y mal disimuladas cuando el encuentro se produce en público, siempre frente a frente o uno sentado al lado del otro. Así de caprichoso es el azar. A propósito, y por si acaso leyese estas líneas, le recomendaría que en presencia de amigos y conocidos intentase controlarse, porque esas muecas y aspavientos tan impropios de su edad podrían levantar sospechas. Por mi parte, nuestro secreto (uno más) está a salvo, aunque presumo que más de una vez ella misma se habrá delatado ante ojos ajenos.

             La última vez que nos cruzamos fue hace exactamente una semana. Yo venía de correr y ella caminaba hacia su trabajo. Yo andaba cabizbajo por el esfuerzo, y absorto en algún pensamiento. Alcé la vista y allí estaba ella, clavándome una mirada heladora y letal aunque fugaz, porque en cuanto yo se la sostuve miró hacia otro lado, como siempre hace. Gracias a dios sus maldiciones no han surtido efecto. A punto de estuve de decirle:

            -¿Sabes qué? Yo sí me alegro de verte y de comprobar que tienes buen aspecto.

             No creo que lo haga, no vaya a ser que provoque algún ataque de nervios. Nada más lejos que hacerle pasar un mal rato después de todos los buenos momentos que compartimos cuando fuimos amigos.

             Pensé que con los años uno se haría insensible y que ciertas cosas comenzarían a resbalarme, pero compruebo que no es así. Lo que sí cambia es la sensación posterior. En vez de sufrimiento, lo que siento es asombro y curiosidad. Y por qué no decirlo, también tristeza al constatar que de nuevo nuestros mayores tenían razón. Me refiero a esa ominosa sentencia que todos escuchamos en nuestra niñez y que nunca creímos que fuera cierta: lo peor que les puedes hacer a algunas personas es que te deban un favor; nunca te lo perdonarán.

             Supongo que si esos favores son a personas acostumbradas a lo contrario, a que los demás estén en deuda con ellas y a que haya muchos que no puedan mirarles a la cara por si se les cae de vergüenza, el rencor debe de ser aún mayor, sobre todo si son ellas las avergonzadas. De todas formas, el caso no deja de extrañarme, aunque sólo sea porque incluso las hienas agradecen a quien cuida de sus cachorros (un buen consejo, una oportunidad profesional, la salvaguarda de su intimidad cuando unos desaprensivos le robaron unas fotos de un perfil en una red social y las colgaron en un foro público…). Curioso instinto de maternidad el de algunas humanas.

             Me temo que algún día conoceré el motivo de su inquina y seguro que también llegarán a mis oídos las cosas que puede haber dicho de mí. De alguna que ya me ha hecho me enteré al instante. Dolió bastante, pero por suerte pude exteriorizar, así que el golpe duró pocos segundos.

             Palos y piedras mis huesos romperán, pero las palabras nunca me tocarán. En realidad un poco sí, pero como dije antes, la herida desaparece muy rápido. Hasta la próxima, querida (je ne regrette rien, o casi) ex amiga.

chuecadilly@yahoo.es

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