Walmart en el infierno


A la ristra de organizaciones izquierdistas que han convertido a estos estupendos grandes almacenes, los mejores en cuanto a relación calidad-precio que conozco (su ropa interior baratísima dura aún más que la de H & M, que ya es decir), tal vez podría unírsele algún grupo perteneciente a esos que yo llamo socialistas por la gracia de Dios, comúmente conocidos como derecha cristiana.

¿Por qué? Porque en septiembre de 2005, durante una pausa una empleada llamada Tanisha Matthews le gritó a una compañera llamada Amy que dios no aceptaba a los homosexuales, que «no deberían estar en la Tierra» y que acabarían en el infierno porque no estaban «bien de la cabeza». Tras recibir la queja de una tercera empleada, la empresa llevó a cabo una investigación y tres meses después la evangélica Tanisha perdió su trabajo por haber violado la política contra la discriminación y el acoso de Walmart, que prohíbe a los empleados comportarse de modo que de forma razonable pueda constituir un acto de acoso o agresión contra un compañero debido a sus circunstancias personales, entre las cuales se cuenta la orientación sexual. Según las pesquisas de la empresa, Tanisha conocía la norma en el momento del incidente.

Matthews denunció a Walmart apelando a la Ley de Derechos Civiles de 1964 y alegó que había sido despedida por motivos religiosos y raciales. Tanisha es de raza negra, algo que por desgracia algunos cuidadanos estadounidenses creen que es una especie de patente de corso para hacer lo que a uno le dé la gana y luego ir de víctima y que con el tiempo se ha convertido en uno de los factores principales de la pervivencia de los resentimientos raciales en aquel país.

El tribunal del séptimo circuito, más o menos equivalente a uno de nuestros Tribunales Superiores de Justicia (aquí hay uno por Comunidad Autónoma, allí engloban a varios estados), ha dado la razón a Walmart. En su sentencia, el tribunal no admite que Walmart deba «permitir a Matthews amonestar a los gays y a las lesbianas en el trabajo para satisfacer sus creencias religiosas».  Me parece estupendo. Una cosa es aconsejarle a un compañero de trabajo que, pongamos por caso, no se pase con el tinte del pelo, y otra espetarle que en este planeta no debería haber lugar para los rubios de bote. En los trabajos, la gente termina hablando de cualquier cosa. Evitarlo es misión imposible. Pero al menos las empresas tienen derecho a emitir unas normas para evitar que una discusión se convierta en una riña o que algún iluminado se dedique a decirles a sus compañeros quiénes de ellos tienen derecho a la vida, esta o la otra, y quiénes no.

En el pasado, Walmart ha sido objeto de la ira de organizaciones LGTB debido al conservadurismo de Mike Duke, su director ejecutivo, cuya firma apareció en una petición para que se ilegalizara la adopción de niños por parte de parejas homosexuales en Kansas. En cambio, esta vez Walmart la empresa, y no uno de sus empleados en un acto realizado fuera del trabajo y en calidad ciudadano de a pie (es una pena que piense así, pero ¿qué le vamos a hacer?) merece un elogio por aplicar su política de paz y armonía laboral caiga quien caiga. En estos tiempos, un despido procedente a una mujer negra y miembro de una denominación religiosa fundamentalista no debe de ser cosa fácil en los EE.UU., ya que como el caso de Matthews demuestra, tendrás que enfrentarte a las típicas alegaciones de discriminación y al sempiterno victimismo de unos y otros.

Como los ejecutivos de Walmart saben bien, no hace falta que el Estado te imponga ninguna ley de igualdad de trato ni cosa parecida para prevenir, y en su caso castigar, comportamientos como los de Tanisha, que dañan el ambiente laboral y pueden repercutir negativamente en la productividad de los empleados. Cualquier empresario que tenga dos dedos de frente sabe que al trabajo se va a trabajar, y que por el bien de todos es mejor que uno se guarde ciertas opiniones para sí. Puro sentido común y, cómo no, fría eficacia y racionalidad capitalistas: A enredar, a tu casa. El que quiera montar unos grandes almacenes ideológicos donde los empleados se dediquen a despotricar contra los gays, la globalización o el papa de Roma, que lo haga si quiere y que se arruine si le place. Y al que no, que le dejen en paz y no le toquen las guindas con falsas alegaciones de discriminación racial y religiosa.

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